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NOTA DE VREDONDOF :

ESTE ARTICULO A MI ME PARECIO MUY INTERESANTE , PERO ME HA COSTADO MUCHO "LLEGAR A LOS CONCEPTOS" , NO SE SI POR QUE A MIS 63 AÑOS YA PATINA UN POCO MI CABEZA , O BIEN PORQUE EL AUTOR TIENE UN NIVEL ... O QUE ESCRIBE PARA UN NIVEL DE PERSONAS CON UN INTELECTO MUY ELEVADO.

En cualquier caso merece la pena leerlo (con MUCHA ATENCION para enterarse ....)
La conclusion que saque en la 3ª leida que le di , fue que se puede DECIR LO MISMO con el 10 de palabras y utilizando un "estilo mas pegado a la tierra".

LOS ESPAÑOLES NO SON IDEALISTAS. EN LA MEDIOCRIDAD SE ENCUENTRAN A GUSTO

El perfeccionamiento humano se efectúa con ritmo diverso en las sociedades y en los individuos. Los más poseen una experiencia sumisa al pasado: rutinas, prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos varían, avanzando sobre el porvenir; al revés de Anteo, que tocando el suelo cobraba alientos nuevos, los toman clavando sus pupilas en las constelaciones lejanas y de apariencia inaccesible. Esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los "idealistas". La unidad del género no depende del contenido intrínseco de sus ideales sino de su temperamento: se es idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas impliquen un sincero afán de enaltecimiento. Cualquiera. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor. Sin ideales sería inconcebible el progreso. El culto del "hombre práctico", limitado a las contingencias del presente, importa un renunciar a toda imperfección. El hábito organiza la rutina y nada crea hacia el porvenir; sólo de los imaginativos espera la ciencia sus hipótesis, el arte su vuelo, la moral sus ejemplos, la historia sus páginas luminosas.
Son la parte viva y dinámica de la humanidad; los prácticos no han hecho más que aprovecharse de su esfuerzo, vegetando en la sombra. Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Más ha hecho la imaginación construyendo sin tregua, que el cálculo destruyendo sin descanso. La excesiva prudencia de los mediocres ha paralizado siempre las iniciativas más fecundas. Y no quiere esto decir que la imaginación excluya la experiencia: ésta es útil, pero sin aquélla es estéril. Los idealistas aspiran a conjugar en su mente la inspiración y la sabiduría; por eso, con frecuencia, viven trabados por su espíritu crítico cuando los caldea una emoción lírica y ésta les nubla la vista cuando observan la realidad. Del equilibrio entre la inspiración y la sabiduría nace el genio. En las grandes horas de una raza o de un hombre, la inspiración es indispensable para crear; esa chispa se enciende en la imaginación y la experiencia la convierte en hoguera. Todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos más audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas.
La humanidad no llega hasta donde quieren los idealistas en cada perfección particular; pero siempre llega más allá de donde habría ido sin su esfuerzo. Un objetivo que huye ante ellos se convierte en estímulo para perseguir nuevas quimeras. Lo poco que pueden todos, depende de lo mucho que algunos anhelan. La humanidad no poseería sus bienes presentes si algunos idealistas no los hubieran conquistado viviendo con la obsesiva aspiración de otros mejores.
En la evolución humana, los ideales se mantienen en equilibrio inestable. Todo mejoramiento real es precedido por conatos y tanteos de pensadores audaces, puestos en tensión hacia él, rebeldes al pasado, aunque sin la intensidad necesaria para violentarlo; esa lucha es un reflujo perpetuo entre lo más concebido y lo menos realizado. Por eso los idealistas son forzosamente inquietos, como todo lo que vive, como la vida misma; contra la tendencia apacible de los rutinarios, cuya estabilidad parece inercia de muerte. Esa inquietud se exacerba en los grandes hombres, en los genios mismos si el medio es hostil a sus quimeras, como es frecuente sobre todo en España. No agita a los hombres sin ideales, informe argamasa de humanidad.
Toda juventud es inquieta. El impulso hacia lo mejor sólo puede esperarse de ella: jamás de los enmohecidos y de los seniles. Y sólo es juventud la sana e iluminada, la que mira al frente y no a la espalda; nunca los decrépitos de pocos años, prematuramente domesticados por las supersticiones del pasado: lo que en ellos parece primavera es tibieza otoñal, ilusión de aurora que es ya un apagamiento de crepúsculo.
Sólo hay juventud en los que trabajan con entusiasmo para el porvenir; por eso en los caracteres excelentes puede persistir sobre el apeñuscarse de los años. Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin afiebrarse por algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo ensueño. Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere.
Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje político nivelador, aborrecen toda coacción del sistema, sienten el peso de los honores con que se intenta domesticarlos y hacerlos cómplices de los intereses creados, dóciles maleables, solidarios, uniformes en la común mediocridad.
Las fuerzas conservadoras que componen el subsuelo social pretenden amalgamar a los individuos, decapitándolos; detestan las diferencias, aborrecen las excepciones, anatematizan al que se aparta en busca de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme sus odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables y asesinos como ultima solución. Por eso todo idealista es una viviente afirmación del individualismo, aunque persiga una quimera social; puede vivir para los demás, nunca de los demás. Su independencia es una reacción hostil a todos los dogmáticos. Concibiéndose incesantemente perfectibles, los temperamentos idealistas quieren decir en todos los momentos de su vida, como Don Quijote: "yo sé quién soy". Viven animados de ese afán afirmativo. En sus ideales cifran su ventura suprema y su perpetua desdicha. En ellos caldean la pasión, que anima su fe; esta, al estrellarse contra la realidad social, puede parecer desprecio, aislamiento, misantropía: la clásica "torre de marfil" reprochada a cuantos se erizan al contacto de los obtusos. Diríase que de ellos dejó escrita una eterna imagen Teresa de Ávila: "Gusanos de seda somos, gusanillos que hilamos la seda de nuestras vidas y en el capullito de la seda nos encerramos para que el gusano muera y del capullo salga volando la mariposa". Todo idealismo es exagerado, necesita serlo. Y debe ser cálido su idioma, como si desbordara la personalidad sobre lo impersonal; el pensamiento sin calor es muerte, frío, carece de estilo, no tiene firma.
Jamás fueron tibios los genios y los héroes. Para crear una partícula de Verdad, de Virtud o de Belleza, se requiere un esfuerzo original y violento contra alguna rutina o prejuicio; como para dar una lección de dignidad hay que desgoznar algún servilismo. Todo ideal es, instintivamente, extremo; debe serlo a sabiendas, si es menester, pues pronto se rebaja al refractarse en la mediocridad de los más. Frente a los hipócritas que usurpan poderes civiles y mienten con viles objetivos, la exageración de los idealistas es, apenas, una verdad apasionada. La pasión es su atributo necesario, aun cuando parezca desviar de la verdad; lleva a la hipérbole, al error mismo; a la mentira nunca. Ningún ideal es falso para quien lo profesa: lo cree verdadero y coopera a su advenimiento, con fe, con desinterés. El sabio busca la Verdad por buscarla y goza arrancando a la naturaleza secretos para él inútiles o peligrosos. Y el artista busca también la suya, porque la Belleza es una verdad animada por la imaginación, más que por la experiencia. Y el moralista la persigue en el Bien, que es una recta lealtad de la conducta para consigo mismo y para con los demás. Tener un ideal es servir a su propia Verdad Siempre. Algunos ideales se revelan como pasión combativa y otros como pertinaz obsesión; de igual manera distínguense dos tipos de idealistas, según predomine en ellos el corazón o el cerebro. El idealismo sentimental es romántico: la imaginación no es inhibida por la crítica y los ideales viven de sentimiento. En el idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y la crítica coordina la imaginación: los ideales tórnanse reflexivos y serenos. Corresponde el uno a la juventud y el otro a la madurez. El primero es adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence.
El idealista perfecto sería romántico a los veinte años y estoico a los cincuenta; es tan anormal el estoicismo en la juventud como el romanticismo en la edad madura. Lo que al principio enciende su pasión, debe cristalizarse después en suprema dignidad: ésa es la lógica de su temperamento. Sin embargo lo que si hay es mucha mediocridad. La mediocridad puede definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Ésta ofrece a todos un mismo fardo de rutinas, prejuicios y domesticidades; basta reunir cien hombres para que ellos coincidan en lo impersonal: "Juntad mil genios en un Concilio y tendréis el alma de un mediocre". Esas palabras denuncian lo que en cada hombre no pertenece a él mismo y que, al sumarse muchos, se revela por el bajo nivel de las opiniones colectivas.El régimén actual, la monarquía cainista, ha conseguido una vez más, a través de sus ladrones politicos, que los españoles sean mediocres y que todo destello de genialidad sea enterrado en el desprecio. El régimen es miedoso,cobarde y hurtador, teme por su continuidad, pues sabe que se ha llevado mucho y no ha ofrecido nada. Qué se puede esperar de un monarca que dice:"El recuerdo de Franco constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad ...". Seguid votando, idealistas.
J.I.
"El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo
porque todo el mundo cree poseerlo en cantidad suficiente." René Descartes.

LIBERTAD

-La filosofia de la libertad esta basada en la propiedad de uno mismo, esta simple pero elegante y contundente animacion la explicara exactamente. Esta es una gran herramienta que cualquiera puede usar para educar niños y adultos acerca del derecho a la vida, libertad y la capacidad de crear - y nuestra responsabilidad para pensar, hablar y actuar. La version en DVD de este video puede ser descargada gratis en: www.philosophyofliberty.blogspot.com CRÉDITOS AUTOR: Ken Schoolland schoolak001@hawaii.rr.com PRODUCTOR: Kerry Pearson (aka Lux Lucre) MÚSICA: Music2Hues www.music2hues.com WEBSITE: www.jonathangullible.com AYUDA: The Jonathan Gullible fund www.isil.org/tools/jonathan-gullible.html COPYRIGHT: www.creativecommons.org/licenses/by-nd-nc/1.0/ *

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s2t2 -Filosofía para la vida

Filosofía para la vida

1. Presentanción. Si, como decía Nietzsche, «toda la Historia de la Filosofía es un esfuerzo sistemático para destronar a Platón,» el libro de L. Marinoff, Platón, no Prozac!, es otro esfuerzo sistemático para devolver la Filosofia a sus orígenes. Y esto en el nombre de terapia individual. Si la proeza de esta aventura suena quijotesca, lo es. Si revolucionaria, tambien lo es. Es quijotesca no porque sea ilusoria o irrealizable, sino, al contrario, porque desde el principio consciente de la raza humana cada individuo se ha tenido que guiar por una filosofía, mas o menos veraz, más o menos sublime, más o menos eficaz para llevar a cabo nuestras vidas. En la ausencia del acto individual de filosofar, ideologías externas se han interpuesto entre individuo y vida con soluciones ya digeridas, impuestas, dogmáticas, benditas por la ciencia, la patria, la bandera, la iglesia, el partido político o el barbero de la esquina. Se necesita un Quijote para alzar cabeza sobre este mar de inercia filosófica y lanzar el grito: «Hagamos Filosofía y vivamos mejor!» La Filosofía se echa a la calle con el fin de aliviar el sufrir humano. Y esta es la revolución que el presente libro propone. Los lectores de habla hispana tal vez no reaccionen tan sorprendidos como los lectores de habla inglesa. Tenemos antecedentes recientes en Ortega y Gasset de propuesta parecida, aunque esta nunca se haya llevado a cabo. Es difícil hacer revolución con un solo miembro en el partido. La presente revolución sistematizada en Platón, No Prozac! tiene ya nombre oficial APPA (American Philosophical Practitioners Association) y cuenta con cientos de filósofos en sus filas en América y muchos más en Europa, Alemania principalmente, que es donde empezó la revolución. Ni se han de alarmar los católicos tradicionales de que esa llamada revolucionaria sea a filosofar. Juan Pablo II, en la Encíclica Fides et Ratio exhorta a los católicos a que sean «más filosóficos,»

«…muchos se tambalean durante toda su vida hasta llegar al borde mismo del precipicio sin tener idea de a donde van. Y esto sucede porque, a veces, los que por vocacion están destinados a dar expresión cultural a sus pensamientos no se interesan ya en la verdad, sino en alcanzar éxitos rápidos en vez de dedicarse a la búsqueda paciente de lo que hace que la vida humana sea digna de ser vivida.»

Y así es como nuestra tradición filosófica empezó con Pitágoras, según lo describe Iamblico: «Hay (pensadores) poseídos por el deseo de riquezas y lujo; otros, por el amor de poder y dominio, o por una loca ambición de gloria. Pero los más puros y de caracter más genuino son aquellos que se dedican a la contemplación de lo bello en las cosas, y es por eso por lo que sólo estos pueden ser llamados filósofos.» (Libro 12). Y como balance recordemos la proposición contraria de Epicuro: «Vacío es el argumento del filósofo que no alivia el sufrir humano»



2. Platón, no Prozac. El Profesor Lou Marinoff, que enseña en el City College de Nueva York y es el Presidente de la APPA, ha escrito un libro fácil de leer, simple en sus proposiciones, práctico en su aplicación y lleno de casos concretos donde la filosofía se usa para paliar las crisis de vivir. No hay crisis humana, problema humano, que no pueda ser solucionado con una buena dosis de filosofar. No el filosofar teórico de los manuales, sino el concreto y práctico de cada individuo con un filósofo. O como dice el subtitulo: aplicar la filosofía a los problemas de cada día. Pero las implicaciones del libro son tan revolucionarias que no tengo más remedio que presentarlo no en lo que dice sino en las presuposiciones en que se basa.

El libro está dividido en cuatro partes. La primera ataca el problema de frente: dónde falló la Filosofia y dónde ha vuelto a tener éxito recientemente. Discute luego los problemas de psicología: terapia por todas partes y ni un solo pensamiento que pensar. y enseguida se vuelca sobre el método de la Filosofía como una práctica: Cinco pasos para administrar problemas filosóficamente. La segunda parte del libro muestra, a través de la historia de la Filosofía, cómo administrar esos problemas cotidianos. En la tercera parte el autor extiende el método individual para aplicarlo a grupos y organizaciones. Por fin, la cuarta parte del libro facilita una lista de clásicos, organizaciones pertinentes y un directorio de filósofos actuales con una lista adicional de lecturas y un Apéndice sobre el I Ching y cómo usarlo en la práctica de tomar decisiones.

Lo más revolucionario del libro está en la parte primera donde el autor resume el método para administrar problemas personales usando filosofía. Marinoff prescribe cinco pasos, bajo la abreviación acronímica de PEACE (paz), para conseguir salud individual: problema, emociones, análisis, contemplación y, equilibrio. Aparte de los méritos que esta división pueda tener, por ejemplo vis-a-vis de la psicología donde sólo los dos primeros examinar el problema y las emociones que lo envuelven, cuentan, o los beneficios para los filósofos que este nuevo campo de consejeros pueda aportarles, o el hecho de que toda ayuda al individuo en crisis proveniente de las ciencias sociales es inaplicable a él, aún cuando a veces ayude, y que este campo fue el legítimo campo del filósofo profesional en sus inicios, cabe hacerse dos preguntas importantes. La primera, es, si esta Filosofía está sólidamente anclada en la tradición filosófica? Y la segunda, si está el método propuesto en este libro de acuerdo con las ciencias contemporáneas, la neurobiología, por ejemplo. Es decir, ¿puede cumplir este libro lo que promete?



3. La tradición filosófica. El Profesor Marinoff repite el dicho de Whitehead: «La filosofía occidental es una nota al pie de los escritos de Platón». Platón, naturalmente, es una nota al pie de los escritos de culturas anteriores. La tradición filosófica, en este libro cubre la tradición humana de filosofar para resolver problemas, no sólo la tradición académica, y por eso encontramos capítulos dedicados al budismo, hinduismo e I Ching.

Los cinco pasos de PEACE, (problema, emociones, análisis, contemplación y equilibrio) corresponden a los cinco pilares de la metodología de Platón. En la Séptima Carta, Platón escribe: «Por cada cosa que existe hay tres clases de objetos a través de los cuales nos llega el conocimiento -el conocimiento es el cuarto y hemos de añadir uno más, el quinto, que es el objeto mismo del conocimiento que es la realidad verdadera.» Y ¿cuáles son estos cinco pasos? Según Platón, son: el nombre, como lo describe en Catilo y Euthydemo, la definición o descripción, como en El Carmides, Laches, Euthyfron, Banquete, República, la imagen o el hacer mundos visibles, como en el Timeo, la contemplación como en La Apología, Critón, Gorgias, Critias o en Ion, PFedro, Filebo, y finalmente el equilibrio, o el uso de las cuatro clases de objetos anteriores para llegar al quinto como en La República, Sofista, Banquete, Leyes. O, como Platón mismo escriben en la Carta Séptima (344 c-d); «Y despues de haber practicado comparaciones detalladas de nombres y definiciones y percepciones visuales u otras de otros sentidos, y después de escrutarlos en detalle a través de disputaciones benévolas según el método de preguntas y respuestas y sin celos ni envidias, por fin en el ejercicio de estos actos llevados al más alto límite de los poderes humanos, «phronesis» (la región cordial) inunda de luz cada objeto y la mente (nous) «Y para que no haya dudas de óonde va este método recordemos cómo Diógenes Laercio [(VIII 30)] repitiendo a Pitágoras dice que «El aláma humana está dividida en tres partes, inteligencia (nous), el acto de razonar (phrenas) y la emoción (thymos)… La razón (phronimon) es inmortal, el resto es mortal».

Aquí hay que ir con mucho cuidado, porque el nombre «razón» ha sido usado por el más distinguido de los discípulos de Platón, Aristóteles, y los medievales que le imitaron, con un sentido y origen totalmente distinto. Según Aristóteles (Física, Libro 11, Cap. 3), «El conocimiento es el objeto de nuestra investigación y nadie se cree que sabe lo que es un objeto hasta que no comprende el «por qué» de dicho objeto». Y ya sabemos que ese «por qué» son las cuatro causas (material, formal, final y eficiente) las que constituyen las bases epistemológicas de los universales, tan importantes en las ciencias y tan desastrosos para el examen y conocimiento del individuo, tanto que hasta el mismo Aristóteles lo reconoce y afirma que ciertas causas no pueden ser conocidas en términos universales y que el individuo cae en esta categoría: «Porque aunque es el hombre el principio cognoscitivo del hombre universal, tal hombre universal no existe, así que Peleos es el principio cognoscitivo de Aquiles, y tu padre de ti…» (Metafísica, Libro 11, Cap. 5).

La diferencia filosófica entre Platón y Aristóteles y los Medievales que le imitaron, está principalmente en lo que cada uno de ellos entiende por «razón». Es el mismo Aristóteles quien nos lo confirma, pues, según él la metodología contemporánea de las ciencias sociales y aun a veces en las humanidades, es desde su origen en los medievales interpretando a Aristóteles inválida, ya que el individuo no puede ser conocido como tal sino en cuanto se ajusta a una norma conceptual -un universal- preexistente. Y lo mismo se puede decir de cualquier otra ideo-logía. Y por eso la necesidad de volver a Platón.



4. Neurobiología y filosofía. Estudios recientes en neurobiología han cambiado el mapa cerebral y la forma de cómo creíamos, desde Aristóteles y los medievales, que nosotros los humanos conocemos y de cómo en la realidad conocemos. lo que tenemos ahora es un nuevo paradigma de que repite paso a paso el método filosófico de Platón. La Doctora María Colavito (1995) basándose en descubrimientos contemporáneos sobre psicología de la percepción (D'Aquili 1979), química del cerebro (Berlyne 1973), evolución del cerebro (Laughin Jr. 1974), desarrollo cerebral (Routtenberg 1980), la obra de Mac Lean sobre las tres estructuras cerebrales del lateral derecho del neocortex, particularmente el «módulo intérprete» ha descubierto este nuevo paradigma, llamado por su descubridora «biocultural». Biocultural quiere decir que biología y cultura actúan la una sobre la otra de forma que la una no se desarrolla sin la otra. Mediante esta interacción, la cultura se convierte en bilogía y la biología en cultura. El conocer se convierte en salud o en ausencia de ella y crisis. Y por eso es necesaria la filosofía. La cultura actúa sobre y estimula la biología, es decir, los cauces neurales de los cerebros, dando así lugar a la variedad de cerebros según cada uno de nosotros, y a la unidad y diversidad de culturas que conocemos. Culturas y cerebros pueden distinguirse unos de otros mediante el uso de ciertas funciones o la combinación de ciertas funciones que se ejercitan habitualmente. Nuestros hábitos son, literalmente, hábitos mentales, dependientes de qué cerebro ha sido activado y consecuentemente formado por ellos. Cada uno de nosotros nos definimos por el «patrón piloto» primario y este determina no sólo nuestros conocimientos sino también nuestra salud. En suma: a los 11 años tenemos ya tres cerebros primarios con los que funcionamos en el mundo, el reptílico-kinestésico, el límbico-auditivo, y el mimético visual. A esta edad empiezan ya a formarse los otros dos cerebros, el mimético-simbólico-conceptual del hemisferio izquierdo del neocortex y el logo-digital del «módulo intérprete.»

La crisis inicial humana se desarrolla en estas edades primarias ya que si los cerebros iniciales no se ejercitan, la falta de uso (crianza) los cancela. Sin embargo los cerebros del lateral izquierdo y los lóbulos frontales, centros estos de memoria, atención, lenguaje, creatividad, planeamiento, conciencia propia y decisión, aparecen más tarde y se desarrollan contínuamente. Y este nuevo mapa cerebral tiene consecuencias para nosotros. La razón y la mente no son una, como la filosofía ha supuesto desde Aristóteles pasando por Descartes, sino que, al contrario, nuestros centros intelectivos son cinco como ya propuso Platón: el kinestésico, el límbico, el visual mimético derecho, el conceptual mimético izquierdo y el digital nominalista llamado «módulo intérprete» por Gazzaniga (1978). Los tres primeros centros intelectivos reciben la información interna-externa directamente. Los dos del lateral izquierdo del neocortex la reciben solamente indirectamente del lateral derecho o de sus propios sistemas de substitución, como la lógica. Estos dos sistemas intelectivos del lateral izquierdo del neocortex son dos sistemas de traducción, no de recepción. Son la base de las ideologías, sean religiosas o científicas. Lo peor del caso es que, una vez este sistema de «razón» es activado, o cancela los otros, atrofiándolos, o los destruye. Cuando un sistema cognoscitivo está en activo, los otros ni actúan, ni pueden actuar hasta que el sistema activo no pare su actividad.

Tal vez un ejemplo de la neurobiología clarifique lo que llevo dicho. Cuando un objeto, por ejemplo, una serpiente, se interpone a nuestro paso, el objeto aparece directamente en el tálamo. Una vez las vibraciones se traducen en imagen, sigue dos caminos, uno a los lóbulos frontales y el otro directamente a la amígdala. Si la amígdala ha tenido experiencias previas de algo parecido la reacción en todo el cuerpo es de pánico, lucha o huída. mientras tanto los lóbulos frontales, donde se almacena nuestra memoria, examinan escenario a escenario los símbolos de la nueva percepción. Para cuando se da cuenta de que no era una serpiente sino una tira de goma y envía las señales apropiadas para la corrección del equívoco inicial al hipocampo, es muy difícil volver el cuerpo a la tranquilidad inicial anterior al incidente. Sin embargo, si el sujeto está dotado de un sistema límbico sano (otro centro intelectivo) la percepción inicial es mucho menos fuerte y ésta, con todas las otras percepciones del sujeto, se almacena en la parte anterior del cerebro, en los lóbulos frontales, como posibles escenarios a escoger en una vida que demanda de nosotros elecciones contínuas.

La epistemología de Aristóteles, siendo el ejercicio habitual de un único cerebro, interfiere con este fluido pasar de la percepción, y usurpa con el universal la experiencia del sujeto. «La cara del sol (la Verdad) está cubierta por una ánfora de oro,» como decía la Upanishad. Y lo peor es que, al tomar decisiones globales sobre el ecosistema del sujeto que usa esta sustitución de epistemología por ideología, se pone en riesgo continuo el cuerpo del individuo, que en la mayoría de los casos, ni cuenta, ni se le considera. Sin embargo, la epistemología de Platón, y la de este libro, basada en los cinco cerebros y que cuenta con los lóbulos frontales, hace posible la elección de varias posibilidades o como Platón le decía a Galucón: «el saber escoger por hábito de entre las posibles opciones, la mejor.» Y esto explica también los errores que nuestra razón, siguiendo a Aristóteles, ha cometido a través de los siglos, epistemológicamente elevando un instrumento de análisis, lenguaje y traducción -el lateral izquierdo del neocortex- a facultad cognoscitiva con poder de decisión sobre el resto de los cerebros y el cuerpo humano. Y aclara también cómo místicos, como Ignacio de Loyola, trataron de encontrar otro modo de elección, a lo Platón, a través de sus meditaciones y elecciones. Ni ayuda la crítica de esta actividad, pues aún la crítica se lleva a cabo por el mismo cerebro que la crítica, que no es más que el ejercicio del mismo hábito mental que se critica. Cómo salir de este laberinto? La solución está en volver a Platón; pero esta vez sabiendo el por qué de este retorno. En Platón retomamos al corazón ese cerebro independiente con sus nervios e información particular, con más fuerza eléctrica que el neocortex, capaz de transformar células cerebrales en las gliales propias y, como sabemos por experimentos con transplantes, hay memoria celular en las células del corazón ¿inmortalidad?), y hasta es capaz de trasformar el DNA celular. Lo que Platón propone como Filosofía en acción, no teoría, es un recorrido sistemático- y apertura- por todas las avenidas del viaje neural y cortical de las posibilidades humanas y sus crisis. Es decir, Platón no propuso una ideología, sino al contrario una epistemología tan exacta que igual se puede aplicar al ciudadano griego de entonces como al español de hoy.

Tenemos cinco centros intelectivos, cinco epistemologías, que si se activan pueden llevarnos individualmente a un balance total, y por eso hemos de diseñar sistemas de educación, y terapias que garanticen a cada individuo la posibilidad de activar esos cinco centros de intelectividad y no solamente uno. Filosofía como ideología nació en la epistemología falsa de presuponer que el universal es anterior al individuo, y la Filosofía como práctica vuelve a nacer al redescubrir los cinco centros epistemológicos invariantes en cada individuo como la base de toda actividad, ideológica o epistemológica. Activar y mantener en ejercicio estos cinco centros intelectivos es parte de la crianza y de la educación. Pero esto es imposible si uno de los cerebros del lateral izquierdo o del derecho se impone a los demás, o con nombres y definiciones o con emociones. Y la proposición contraria, también verdadera, si el lateral izquierdo no se ejercita al máximo, el eco-sistema humano tampoco va a funcionar en pleno goce de salud y equilibrio. Por eso el libro del Profesor Marinoff es tan importante.

La crisis individual es una crisis filosófica. El camino a recorrer es activar los cinco centros intelectivos y la terapia en el camino de la práctica, es el ejercicio de descubrir en cuál de esos centros cognoscitivos se esconde la crisis. Este viaje terapéutico es imposible si el practicante o el filósofo presumen que la actividad filosófica ha de ser reducida a la epistemología-ideología de Aristóteles a la epistemología-ideología de las ciencias sociales, emociones y estadísticas. Para que una terapia sea completa ha de incluir, al menos en potencia, los cinco pasos que el Profesor Marinoff propone en este libro, la totalidad de los cinco cerebros, la totalidad del mapa cerebral. Si uno de esos pasos se omite, ni la terapia será efectiva, ni el método un camino para descubrir los orígenes individuales de nuestras crisis. La verdad, decía Ortega, es lo que pone fin a nuestra ansiedad. El lector no encontrará mejor introducción a ese camino de terapia individual que la que Marinoff ha descrito en su libro, siguiendo los cánones de la filosofía clásica de Platón y respaldado por los descubrimientos recientes de la neurobiología. Después de todo, como decía Platón en Fedón, 107d, «los humanos no nos llevamos nada al otro mundo, excepto el resultado de nuestra educación y ejercicio».

Antonio T. de Nicolás

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