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NOTA DE VREDONDOF :

ESTE ARTICULO A MI ME PARECIO MUY INTERESANTE , PERO ME HA COSTADO MUCHO "LLEGAR A LOS CONCEPTOS" , NO SE SI POR QUE A MIS 63 AÑOS YA PATINA UN POCO MI CABEZA , O BIEN PORQUE EL AUTOR TIENE UN NIVEL ... O QUE ESCRIBE PARA UN NIVEL DE PERSONAS CON UN INTELECTO MUY ELEVADO.

En cualquier caso merece la pena leerlo (con MUCHA ATENCION para enterarse ....)
La conclusion que saque en la 3ª leida que le di , fue que se puede DECIR LO MISMO con el 10 de palabras y utilizando un "estilo mas pegado a la tierra".

LOS ESPAÑOLES NO SON IDEALISTAS. EN LA MEDIOCRIDAD SE ENCUENTRAN A GUSTO

El perfeccionamiento humano se efectúa con ritmo diverso en las sociedades y en los individuos. Los más poseen una experiencia sumisa al pasado: rutinas, prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos varían, avanzando sobre el porvenir; al revés de Anteo, que tocando el suelo cobraba alientos nuevos, los toman clavando sus pupilas en las constelaciones lejanas y de apariencia inaccesible. Esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los "idealistas". La unidad del género no depende del contenido intrínseco de sus ideales sino de su temperamento: se es idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas impliquen un sincero afán de enaltecimiento. Cualquiera. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor. Sin ideales sería inconcebible el progreso. El culto del "hombre práctico", limitado a las contingencias del presente, importa un renunciar a toda imperfección. El hábito organiza la rutina y nada crea hacia el porvenir; sólo de los imaginativos espera la ciencia sus hipótesis, el arte su vuelo, la moral sus ejemplos, la historia sus páginas luminosas.
Son la parte viva y dinámica de la humanidad; los prácticos no han hecho más que aprovecharse de su esfuerzo, vegetando en la sombra. Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Más ha hecho la imaginación construyendo sin tregua, que el cálculo destruyendo sin descanso. La excesiva prudencia de los mediocres ha paralizado siempre las iniciativas más fecundas. Y no quiere esto decir que la imaginación excluya la experiencia: ésta es útil, pero sin aquélla es estéril. Los idealistas aspiran a conjugar en su mente la inspiración y la sabiduría; por eso, con frecuencia, viven trabados por su espíritu crítico cuando los caldea una emoción lírica y ésta les nubla la vista cuando observan la realidad. Del equilibrio entre la inspiración y la sabiduría nace el genio. En las grandes horas de una raza o de un hombre, la inspiración es indispensable para crear; esa chispa se enciende en la imaginación y la experiencia la convierte en hoguera. Todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos más audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas.
La humanidad no llega hasta donde quieren los idealistas en cada perfección particular; pero siempre llega más allá de donde habría ido sin su esfuerzo. Un objetivo que huye ante ellos se convierte en estímulo para perseguir nuevas quimeras. Lo poco que pueden todos, depende de lo mucho que algunos anhelan. La humanidad no poseería sus bienes presentes si algunos idealistas no los hubieran conquistado viviendo con la obsesiva aspiración de otros mejores.
En la evolución humana, los ideales se mantienen en equilibrio inestable. Todo mejoramiento real es precedido por conatos y tanteos de pensadores audaces, puestos en tensión hacia él, rebeldes al pasado, aunque sin la intensidad necesaria para violentarlo; esa lucha es un reflujo perpetuo entre lo más concebido y lo menos realizado. Por eso los idealistas son forzosamente inquietos, como todo lo que vive, como la vida misma; contra la tendencia apacible de los rutinarios, cuya estabilidad parece inercia de muerte. Esa inquietud se exacerba en los grandes hombres, en los genios mismos si el medio es hostil a sus quimeras, como es frecuente sobre todo en España. No agita a los hombres sin ideales, informe argamasa de humanidad.
Toda juventud es inquieta. El impulso hacia lo mejor sólo puede esperarse de ella: jamás de los enmohecidos y de los seniles. Y sólo es juventud la sana e iluminada, la que mira al frente y no a la espalda; nunca los decrépitos de pocos años, prematuramente domesticados por las supersticiones del pasado: lo que en ellos parece primavera es tibieza otoñal, ilusión de aurora que es ya un apagamiento de crepúsculo.
Sólo hay juventud en los que trabajan con entusiasmo para el porvenir; por eso en los caracteres excelentes puede persistir sobre el apeñuscarse de los años. Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin afiebrarse por algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo ensueño. Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere.
Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje político nivelador, aborrecen toda coacción del sistema, sienten el peso de los honores con que se intenta domesticarlos y hacerlos cómplices de los intereses creados, dóciles maleables, solidarios, uniformes en la común mediocridad.
Las fuerzas conservadoras que componen el subsuelo social pretenden amalgamar a los individuos, decapitándolos; detestan las diferencias, aborrecen las excepciones, anatematizan al que se aparta en busca de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme sus odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables y asesinos como ultima solución. Por eso todo idealista es una viviente afirmación del individualismo, aunque persiga una quimera social; puede vivir para los demás, nunca de los demás. Su independencia es una reacción hostil a todos los dogmáticos. Concibiéndose incesantemente perfectibles, los temperamentos idealistas quieren decir en todos los momentos de su vida, como Don Quijote: "yo sé quién soy". Viven animados de ese afán afirmativo. En sus ideales cifran su ventura suprema y su perpetua desdicha. En ellos caldean la pasión, que anima su fe; esta, al estrellarse contra la realidad social, puede parecer desprecio, aislamiento, misantropía: la clásica "torre de marfil" reprochada a cuantos se erizan al contacto de los obtusos. Diríase que de ellos dejó escrita una eterna imagen Teresa de Ávila: "Gusanos de seda somos, gusanillos que hilamos la seda de nuestras vidas y en el capullito de la seda nos encerramos para que el gusano muera y del capullo salga volando la mariposa". Todo idealismo es exagerado, necesita serlo. Y debe ser cálido su idioma, como si desbordara la personalidad sobre lo impersonal; el pensamiento sin calor es muerte, frío, carece de estilo, no tiene firma.
Jamás fueron tibios los genios y los héroes. Para crear una partícula de Verdad, de Virtud o de Belleza, se requiere un esfuerzo original y violento contra alguna rutina o prejuicio; como para dar una lección de dignidad hay que desgoznar algún servilismo. Todo ideal es, instintivamente, extremo; debe serlo a sabiendas, si es menester, pues pronto se rebaja al refractarse en la mediocridad de los más. Frente a los hipócritas que usurpan poderes civiles y mienten con viles objetivos, la exageración de los idealistas es, apenas, una verdad apasionada. La pasión es su atributo necesario, aun cuando parezca desviar de la verdad; lleva a la hipérbole, al error mismo; a la mentira nunca. Ningún ideal es falso para quien lo profesa: lo cree verdadero y coopera a su advenimiento, con fe, con desinterés. El sabio busca la Verdad por buscarla y goza arrancando a la naturaleza secretos para él inútiles o peligrosos. Y el artista busca también la suya, porque la Belleza es una verdad animada por la imaginación, más que por la experiencia. Y el moralista la persigue en el Bien, que es una recta lealtad de la conducta para consigo mismo y para con los demás. Tener un ideal es servir a su propia Verdad Siempre. Algunos ideales se revelan como pasión combativa y otros como pertinaz obsesión; de igual manera distínguense dos tipos de idealistas, según predomine en ellos el corazón o el cerebro. El idealismo sentimental es romántico: la imaginación no es inhibida por la crítica y los ideales viven de sentimiento. En el idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y la crítica coordina la imaginación: los ideales tórnanse reflexivos y serenos. Corresponde el uno a la juventud y el otro a la madurez. El primero es adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence.
El idealista perfecto sería romántico a los veinte años y estoico a los cincuenta; es tan anormal el estoicismo en la juventud como el romanticismo en la edad madura. Lo que al principio enciende su pasión, debe cristalizarse después en suprema dignidad: ésa es la lógica de su temperamento. Sin embargo lo que si hay es mucha mediocridad. La mediocridad puede definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Ésta ofrece a todos un mismo fardo de rutinas, prejuicios y domesticidades; basta reunir cien hombres para que ellos coincidan en lo impersonal: "Juntad mil genios en un Concilio y tendréis el alma de un mediocre". Esas palabras denuncian lo que en cada hombre no pertenece a él mismo y que, al sumarse muchos, se revela por el bajo nivel de las opiniones colectivas.El régimén actual, la monarquía cainista, ha conseguido una vez más, a través de sus ladrones politicos, que los españoles sean mediocres y que todo destello de genialidad sea enterrado en el desprecio. El régimen es miedoso,cobarde y hurtador, teme por su continuidad, pues sabe que se ha llevado mucho y no ha ofrecido nada. Qué se puede esperar de un monarca que dice:"El recuerdo de Franco constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad ...". Seguid votando, idealistas.
J.I.
"El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo
porque todo el mundo cree poseerlo en cantidad suficiente." René Descartes.

LIBERTAD

-La filosofia de la libertad esta basada en la propiedad de uno mismo, esta simple pero elegante y contundente animacion la explicara exactamente. Esta es una gran herramienta que cualquiera puede usar para educar niños y adultos acerca del derecho a la vida, libertad y la capacidad de crear - y nuestra responsabilidad para pensar, hablar y actuar. La version en DVD de este video puede ser descargada gratis en: www.philosophyofliberty.blogspot.com CRÉDITOS AUTOR: Ken Schoolland schoolak001@hawaii.rr.com PRODUCTOR: Kerry Pearson (aka Lux Lucre) MÚSICA: Music2Hues www.music2hues.com WEBSITE: www.jonathangullible.com AYUDA: The Jonathan Gullible fund www.isil.org/tools/jonathan-gullible.html COPYRIGHT: www.creativecommons.org/licenses/by-nd-nc/1.0/ *

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s2t2 -Arturo Pérez Reverte - "En España nos faltó la guillotina"

Edición impresa

Arturo Pérez Reverte

"En España nos faltó la guillotina"





  • 26/02/2010 )
  •       
     

Antes de que trescientos mil ejemplares de El asedio (Alfaguara) tomen el próximo miércoles las librerías de España, Arturo Pérez-Reverte se fue a navegar solo, “nada, fui a Ibiza y volví”, para pertrecharse de la soledad y los silencios que le van a faltar en la vorágine de promoción en la que ya está metido. Ha trabajado duro dos años, dice este marino lector “que ocasionalmente escribe novelas”. Dos años de ensamblaje, después de tanto ir y venir, y leer, y pisar Cádiz. Cuenta Pérez-Reverte que El asedio es una novela moderna con personajes y sucesos de dos siglos atrás. Con esa vehemencia imposible que se gasta, cuenta, como verán, muchas más cosas. El Cultural publica hoy en exclusiva un capítulo de la novela
Ha escrito Pérez-Reverte una novela con todos los palos de su baraja y los triunfos que viene acumulando de sus partidas anteriores. El asedio es una novela de misterio, de mar, de amor, de política, de ciencia y de historia de España, por decirlo a la velocidad con la que Arturo habla. Es el relato de un gran fracaso. La historia de un mundo que se acaba y otro que no llega a nacer. Poblada de personajes con vidas derrotadas, entre los que destaca esa Lolita Palma que bien pudiera ser una Jane Austen enamorada del Cayetano Rivera de la época. Comerciantes avispados, artilleros franceses, jovencitas asesinadas, corsarios, policías corruptos y mucha pólvora completan la escena. Ya se sabe que en las novelas de Pérez-Reverte pasan muchas cosas. Estamos en la Cádiz de 1811. 

- ¡Qué Cádiz! ¿Era, efectivamente, la ciudad más liberal de Europa?


- Lo era, lo era. Pero esta novela podía haberla situado en Troya, en el Leningrado cercado por los nazis, en el Madrid de 1936 o en el Sarajevo del 92. El problema que se plantea es un conflicto moderno. Pero Cádiz me daba unas características especiales: es una ciudad sometida a los vientos, con una topografía muy definida que no ha cambiado apenas en dos siglos: pones un mapa de hoy sobre un mapa del siglo XVIII y coincide casi exactamente. Todo eso me permitía moverme por ella con mucha seguridad. Es decir, Cádiz tiene esos elementos climatológicos, urbanos, arquitectónicos y geométricos que se adecuaban a mi historia. 



"Lo que España tenía que haber sido y no fue"

-Además preparaba una constitución... Históricamente vivía una etapa importante...


- Sí, pero yo no quería contar eso. Eso ya lo contó Galdós y lo contó muy bien, y lo contó Ramón Solís, en 
Un siglo llama a la puerta, también muy bien. Yo no quería reescribir una novela histórica sobre Cádiz. Habría sido estéril, absurdo... Yo quería escribir mi novela, y que pasara en Cádiz. Una Cádiz que fue el ejemplo de la España que pudo ser y no fue. Donde la aristocracia no era de nobles, ni siquiera de dinero, sino de comerciantes, una aristocracia moderna, comparable a la Inglaterra o la Holanda de entonces, y con una clase dirigente abierta, liberal, que viajaba, que hablaba idiomas, donde la religión no era un elemento determinante, donde la política estaba supeditaba a la economía, y no al revés. 

- Y era ese mar, lleno de comerciantes y corsarios, de intrigas, contrabandistas y asesinos el que lo hacía posible, ¿no?


- Sí, claro, ese continuo contacto con la civilización, con la cultura, con el comercio, con la guerra, con lo que venía de fuera, tanto libros como periódicos. Su relación ultramarina con las colonias de América hacía de Cádiz una ciudad especial, que no tenía nada que ver con el resto de España. España era entonces un lugar cerrado, oscuro, donde estaban los curas, los reyes, los ministros, y la aristocracia corrupta y acabada, mientras que Cádiz era moderna, abierta, y era el mar, sí, el que la hacía posible. ¡Me entristecía tanto pensar, mientras manejaba toda esa documentación de la época, lo que Cádiz era, lo que España tenía que haber sido y que no fue por nuestra estupidez de siempre...! 



España es un país históricamente enfermo.

- Cádiz como metáfora de la gran ocasión perdida. ¿Por qué se truncó la historia?


- Porque España es un país históricamente enfermo. Se ve muy bien en cuanto escarbas un poco en la historia: desde Indíbil y Mandonio, los Austrias, la Ilustración... Hasta ahora mismo... Mira cómo nos estamos cargando la democracia. En cuando se empieza a perfilar una España distinta, esa España que empieza a ser posible, la destruyen los mismos españoles: la arrogancia de unos y el fanatismo de los otros. En Cádiz, los constitucionalistas liberales no supieron ver lo que era posible y no era posible. Quisieron hacer una constitución radical de la noche a la mañana, y eso era imposible. La misma constitución tenía el gen de su destrucción. Y cuando lees las actas de los debates, ves cómo se odiaban unos a otros, cómo se puteaban, cómo usaban la Prensa como arma arrojadiza... cómo ese esquema dialéctico, terrible y destructivo, se va reproduciendo en el siglo XIX, XX y XXI. El oportunismo político ya se da en la Constitución de Cádiz. Es desolador ver cómo el español repite los errores, cómo se carga lo que se le ponga delante. 

- ¿Hasta qué punto 
El asedio es una especie de balance, de fin de ciclo como escritor, después de estos veinte últimos años?


- Sí, lo es. Quería escribir una novela en la que de alguna manera estuvieran todas mis novelas anteriores y cupieran en ella todos mis lectores; no una novela total, que me parece una palabra pedante, pero sí lo bastante amplia como para que cualquier lector de mis distintas novelas tuviera un eco de las otras; una novela, si quieres, de madurez, con todos mis trucos, mi experiencia.... 

- Y su memoria, su memoria histórica particular...


- Sí, al fondo está España, como siempre. Más diluida que en 
Un día de cóleraTrafalgar o Alatriste, indudablemente. Pero no es una novela didáctica. Yo no quería contarle al lector lo que era España entonces, sino mover a mis personajes por esa España, de manera que al lector, mientras los acompaña, se le esté quedando pegada casi sin darse cuenta cómo era aquella España y ese mundo fascinante. 



La memoria analfabeta es muy peligrosa.

Pérez-Reverte se embala. No es que le duela España, es que le indigna su incultura, su falta de espíritu crítico. Se revuelve porque, dice, un país inculto no tiene mecanismos de defensa, y “España es un país gozosamente inculto”. Tiene el escritor en la punta de los dedos las batallas, los hombres, las tragedias que han hecho la historia para apuntalar sus argumentos. 


- Mi memoria histórica tiene tres mil años, ¿sabes?, y el problema es que la memoria histórica analfabeta es muy peligrosa. Porque contemplar el conflicto del año 36 al 39 y la represión posterior como un elemento aislado, como un periodo concreto y estanco respecto al resto de nuestra historia, es un error, porque el cainismo del español sólo se entiende en un contexto muy amplio. Del año 36 al 39 y la represión posterior sólo se explican con el Cid, con los Reyes Católicos, con la conquista de América, con Cádiz... Separar eso, atribuir los males de un periodo a cuatro fascistas y dos generales es desvincular la explicación y hacerla imposible. Que un político analfabeto, sea del partido que sea, que no ha leído un libro en su vida, me hable de memoria histórica porque le contó su abuelo algo, no me vale para nada. Yo quiero a alguien culto que me diga que el 36 se explica en Asturias, y se explica en la I República, y se explica en el liberalismo y en el conservadurismo del XIX... Porque el español es históricamente un hijo de puta, ¿comprendes? 

- Hombre, Arturo...


- Sí, el español es históricamente un hijo de puta, pero para comprenderlo, para aceptarlo, para quererlo, con lo bueno y lo malo -ahí está también su generosidad, su capacidad de olvidar y de perdonar, de empezar de nuevo- hace falta conocer sus tres mil años de desarrollo y no un pequeño periodo en el cual por sí solo no explica nada.... Me parece muy bien la Ley de Memoria Histórica, pero necesita tener una letra pequeña, un apéndice que la contextualice... Yo soy de Cartagena, y en Cartagena, que era zona roja, hubo de todo, hubo represión brutal de los milicianos y represión brutal de los falangistas. Y a mí, cuando era pequeño, me contaron las dos represiones, las dos; por eso, hablar de unos buenos y otros malos a estas alturas... Cualquiera que haya leído historia de España sabe que aquí todos hemos sido igual de hijos de puta, TODOS.



 “¡No me cuentes historias!”
- No sé si sólo es cuestión de incultura...
- Si este país no fuese un país analfabeto, cuando a la gente le dicen: estos son los buenos y estos los malos, diría, ¡no me cuentes historias, que yo sé muy bien de qué estamos hablando, que yo he leído, que sé que no, que sé que los carlistas, y sé que los isabelinos, y sé que Fernando VII y sé que la Constitución, y sé que los nacionales, y los rojos, y sé que los socialistas, y sé que los comunistas... Que yo sé! El problema es que España es un país inculto, España es un país gozosamente inculto, es un país deliberadamente inculto, que disfruta siendo inculto, que hace ya mucho tiempo que alardea de ser inculto, y con gente así, esa Ley de Memoria Histórica es ponerle una pistola en la mano. No estamos preparados para leyes como ésas. 

“¿Sabes realmente cuál es mi lamento histórico? Es que aquí nos faltó una guillotina al final del siglo XVIII. El problema de España, a diferencia de Francia, es que no hubo una guillotina en la Puerta del Sol que le picara el billete a los curas, a los reyes, a los obispos y a los aristócratas... y al que no quisiera ser libre le obligara a ser libre a la fuerza. Nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media. Eso lo hemos hecho luego, hemos fusilado tarde y mal, y no ha servido de nada. El momento histórico era ése, el final del XVIII. Las cabezas de Carlos IV y de Fernando VII en un cesto, y de paso las de algunos obispos y unos cuantos más, habrían cambiado mucho, y para bien, la Historia de España. Nadie lo hizo, perdimos la ocasión, y aquí seguimos todavía, arrastrando ese lastre que nos dejaron aquellos que sobrevivieron y que no tenían que haber sobrevivido”. 

Se acerca un lector devoto, ignorante de la gravedad de la situación, preguntando por su próxima novela. Otro, más tarde, le pide que le firme 
Cuando éramos honrados mercenarios, que lleva en su mochila. Al escritor le ruborizan los elogios y quiere que termine la escena vaporosa lo antes posible. Aparece el gran tímido que lleva dentro, tan alejado del bravucón que se mete en mil batallas. “Estas muestras de afecto me hacen sentirme mal, sentirme responsable, yo sólo soy un tipo que escribe, que mete mensajes en una botella sin esperar retorno”. 



Ajuste de cuentas con el mundo

Siempre he creído que Pérez-Reverte habla como sus rudos personajes, pero que es él quien se parece a ellos, y no al revés. “La literatura -dice- es como el alcohol: nadie pone lo que no tiene. O lo robas, o lo tienes. Y a mis personajes los he hecho yo. No he bebido en fuentes documentales solamente. Es mi propia mirada sobre el mundo la que vierto en los libros. En ellos está mi sentido de la amistad, de la vida, de la muerte, de la lealtad. Creo que soy un escritor coherente”. 

-Esa fama tan cimentada que lo acompaña, fama de independiente y libre, también de cierta chulería...


- ¿Y qué tiene de malo eso? 


- ...fama de hombre herido...


- Herido no... ¿por qué? Bueno, acaba la pregunta... 

- ...de estar en un continuo ajuste de cuentas con el mundo.


- Es que a mí el mundo que he visto no me gusta. Sí, es verdad, estoy herido por el mundo. Mi vida ha sido una sucesión de haitís... Y de Haití es tan culpable el azar como la estupidez de los hombres... y en mi vida, en mis artículos y en mis libros intento ajustar cuentas con el uno y con el otro. Porque a mí me han hecho los libros que he leído y las cosas que he visto. Y los libros me han servido para digerir e interpretar las cosas que he visto. Sin los libros no habría podido sobrevivir personalmente a muchas de esas tragedias que he visto, a Sarajevo del 92, al Beirut del 76, a Eritrea del 77. Esa colección de fotos, de fantasmas, de haitís que tengo en la memoria, sin esos libros como analgésico, como clave, me habría sublevado, estaría disparando contra la gente. Los libros me han dado cordura. Me han hecho digerir lo indigerible. Sin todos esos libros, estaría perturbado seriamente, sería una persona muy desagradable. 



Todo Titanic tiene su iceberg

-Las cosas parece que han cambiado poco desde su 
Territorio Comanche de hace 20 años.


-El hombre moderno se niega a aceptar las reglas: el mundo es un lugar peligroso, hostil, todo Titanic tiene su iceberg, y nos negamos a verlo. La gente se deja timar por las agencias de viaje que hablan de lugares paradisíacos, pero el mundo es un sitio muy jodido. Es que los barcos se hunden, y los virus te infectan, y las balas te matan... es asombroso que la gente se niegue a aceptar que el mundo es un lugar así, pero los viejos lo sabían y nosotros lo hemos olvidado. Mira el cuadro de Brueghel el Viejo del Prado: esos viejos lo sabían, y con nuestra estupidez lo olvidamos todo y pagamos el precio de ese olvido. Y oímos: “¡Que me saquen de aquí!... ¡Que el gobierno intervenga!...” Pero, gilipollas, ¿por qué te has metido? 

“El mundo es un sitio muy duro, sí”, remata el escritor, y continúa: “Pero, escúchame una cosa: cualquier médico de urgencias de un hospital, cualquier penalista que se pasea por la cárcel, cualquier chica que trabaje con marginados conocen la dureza del mundo. No hace falta ir a la guerra... Esto que tenemos aquí, en Occidente, es la excepción, el mundo real es aquello. Y ya no estamos preparados para defendernos frente al mundo." 



Un trabajo, no un don divino

-Hace tiempo le oí decir que nunca pertenecería al mundo hipócrita, falso, lleno de envidias que es el mundo literario. “Prefiero -recuerdo que decía- estar fuera de todo esto y estoy muy feliz de no deber nada a nadie, en el terreno literario”.
- Ya ves que he sido coherente, que han pasado los años y he seguido mi camino. No debo nada, no, pero por eso no me creo mejor que nadie. Simplemente, no pertenezco a ese mundo; no voy a veladas literarias, ni a Hay festivales, ni a la Feria del libro (aunque a lo mejor este año voy). Me mantengo fuera. ¿Por qué? Porque no lo necesito. No veo que haya relación entre dar un ciclo de conferencias sobre la literatura del próximo milenio y escribir novelas. Y yo escribo novelas. Y trabajo todos los días y lo mejor que puedo. Esto es un trabajo, no un don divino. No soy un artista. Tengo una obligación moral conmigo mismo y con la gente que me lee. Tengo que concentrarme en eso y no ir por ahí teorizando sobre literatura, que me importa un carajo.

- Si, pero ahora es usted académico.


-Ya, pero eso no lo pedí. ¿Quién iba a rechazar ese honor? Estoy encantado, además. Estar entre gente sabia es un privilegio. Dice Javier Marías que la Academia es lo más parecido a un club inglés que ha visto en su vida. Pero no, no es un club, es algo abierto al mundo, a América; es un lugar de trabajo interesantísimo. Formar parte de ese grupo es un honor inmenso. 

- ¿Lee los libros de otros colegas, o sólo libros de Historia?
-(Silencio largo, largo) Es evidente que algunos leo. Leo los libros de mis amigos. Leo poco, pero poco por dos razones: primero, porque tengo 58 años y me queda un tiempo limitado. Y prefiero leer historia, o clásicos griegos y latinos, que es lo que me gusta. Ya no leo prácticamente novela, pero releer a Montaigne, a Virgilio, a Suetonio, a Plutarco... eso sí me alimenta, me es útil. Yo voy cambiando, así que siempre me resulta una lectura diferente. 

En el making-of de la entrevista se han quedado algunas curiosidades del escritor. Ahí van éstas: “Desde hace 25 años veo dos películas diarias en mi casa”... “De esta novela no sale una película, es demasiado compleja”... “Antes de tener éxito con mis libros, yo era igual de chulo”... “Sé que hay gente que mataría por mí y otra que no me soporta”... “No creas, yo también tengo mis ternuras”... 

Y alguna perla más.
 
Blanca BERASATEGU