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NOTA DE VREDONDOF :

ESTE ARTICULO A MI ME PARECIO MUY INTERESANTE , PERO ME HA COSTADO MUCHO "LLEGAR A LOS CONCEPTOS" , NO SE SI POR QUE A MIS 63 AÑOS YA PATINA UN POCO MI CABEZA , O BIEN PORQUE EL AUTOR TIENE UN NIVEL ... O QUE ESCRIBE PARA UN NIVEL DE PERSONAS CON UN INTELECTO MUY ELEVADO.

En cualquier caso merece la pena leerlo (con MUCHA ATENCION para enterarse ....)
La conclusion que saque en la 3ª leida que le di , fue que se puede DECIR LO MISMO con el 10 de palabras y utilizando un "estilo mas pegado a la tierra".

LOS ESPAÑOLES NO SON IDEALISTAS. EN LA MEDIOCRIDAD SE ENCUENTRAN A GUSTO

El perfeccionamiento humano se efectúa con ritmo diverso en las sociedades y en los individuos. Los más poseen una experiencia sumisa al pasado: rutinas, prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos varían, avanzando sobre el porvenir; al revés de Anteo, que tocando el suelo cobraba alientos nuevos, los toman clavando sus pupilas en las constelaciones lejanas y de apariencia inaccesible. Esos hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño, buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los "idealistas". La unidad del género no depende del contenido intrínseco de sus ideales sino de su temperamento: se es idealista persiguiendo las quimeras más contradictorias, siempre que ellas impliquen un sincero afán de enaltecimiento. Cualquiera. Los espíritus afiebrados por algún ideal son adversarios de la mediocridad: soñadores contra los utilitarios, entusiastas contra los apáticos, generosos contra los calculistas, indisciplinados contra los dogmáticos. Son alguien o algo contra los que no son nadie ni nada. Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa, y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor. Sin ideales sería inconcebible el progreso. El culto del "hombre práctico", limitado a las contingencias del presente, importa un renunciar a toda imperfección. El hábito organiza la rutina y nada crea hacia el porvenir; sólo de los imaginativos espera la ciencia sus hipótesis, el arte su vuelo, la moral sus ejemplos, la historia sus páginas luminosas.
Son la parte viva y dinámica de la humanidad; los prácticos no han hecho más que aprovecharse de su esfuerzo, vegetando en la sombra. Todo porvenir ha sido una creación de los hombres capaces de presentirlo, concretándolo en infinita sucesión de ideales. Más ha hecho la imaginación construyendo sin tregua, que el cálculo destruyendo sin descanso. La excesiva prudencia de los mediocres ha paralizado siempre las iniciativas más fecundas. Y no quiere esto decir que la imaginación excluya la experiencia: ésta es útil, pero sin aquélla es estéril. Los idealistas aspiran a conjugar en su mente la inspiración y la sabiduría; por eso, con frecuencia, viven trabados por su espíritu crítico cuando los caldea una emoción lírica y ésta les nubla la vista cuando observan la realidad. Del equilibrio entre la inspiración y la sabiduría nace el genio. En las grandes horas de una raza o de un hombre, la inspiración es indispensable para crear; esa chispa se enciende en la imaginación y la experiencia la convierte en hoguera. Todo idealismo es, por eso, un afán de cultura intensa: cuenta entre sus enemigos más audaces a la ignorancia, madrastra de obstinadas rutinas.
La humanidad no llega hasta donde quieren los idealistas en cada perfección particular; pero siempre llega más allá de donde habría ido sin su esfuerzo. Un objetivo que huye ante ellos se convierte en estímulo para perseguir nuevas quimeras. Lo poco que pueden todos, depende de lo mucho que algunos anhelan. La humanidad no poseería sus bienes presentes si algunos idealistas no los hubieran conquistado viviendo con la obsesiva aspiración de otros mejores.
En la evolución humana, los ideales se mantienen en equilibrio inestable. Todo mejoramiento real es precedido por conatos y tanteos de pensadores audaces, puestos en tensión hacia él, rebeldes al pasado, aunque sin la intensidad necesaria para violentarlo; esa lucha es un reflujo perpetuo entre lo más concebido y lo menos realizado. Por eso los idealistas son forzosamente inquietos, como todo lo que vive, como la vida misma; contra la tendencia apacible de los rutinarios, cuya estabilidad parece inercia de muerte. Esa inquietud se exacerba en los grandes hombres, en los genios mismos si el medio es hostil a sus quimeras, como es frecuente sobre todo en España. No agita a los hombres sin ideales, informe argamasa de humanidad.
Toda juventud es inquieta. El impulso hacia lo mejor sólo puede esperarse de ella: jamás de los enmohecidos y de los seniles. Y sólo es juventud la sana e iluminada, la que mira al frente y no a la espalda; nunca los decrépitos de pocos años, prematuramente domesticados por las supersticiones del pasado: lo que en ellos parece primavera es tibieza otoñal, ilusión de aurora que es ya un apagamiento de crepúsculo.
Sólo hay juventud en los que trabajan con entusiasmo para el porvenir; por eso en los caracteres excelentes puede persistir sobre el apeñuscarse de los años. Nada cabe esperar de los hombres que entran a la vida sin afiebrarse por algún ideal; a los que nunca fueron jóvenes, paréceles descarriado todo ensueño. Y no se nace joven: hay que adquirir la juventud. Y sin un ideal no se adquiere.
Los idealistas suelen ser esquivos o rebeldes a los dogmatismos sociales que los oprimen. Resisten la tiranía del engranaje político nivelador, aborrecen toda coacción del sistema, sienten el peso de los honores con que se intenta domesticarlos y hacerlos cómplices de los intereses creados, dóciles maleables, solidarios, uniformes en la común mediocridad.
Las fuerzas conservadoras que componen el subsuelo social pretenden amalgamar a los individuos, decapitándolos; detestan las diferencias, aborrecen las excepciones, anatematizan al que se aparta en busca de su propia personalidad. El original, el imaginativo, el creador no teme sus odios: los desafía, aun sabiéndolos terribles porque son irresponsables y asesinos como ultima solución. Por eso todo idealista es una viviente afirmación del individualismo, aunque persiga una quimera social; puede vivir para los demás, nunca de los demás. Su independencia es una reacción hostil a todos los dogmáticos. Concibiéndose incesantemente perfectibles, los temperamentos idealistas quieren decir en todos los momentos de su vida, como Don Quijote: "yo sé quién soy". Viven animados de ese afán afirmativo. En sus ideales cifran su ventura suprema y su perpetua desdicha. En ellos caldean la pasión, que anima su fe; esta, al estrellarse contra la realidad social, puede parecer desprecio, aislamiento, misantropía: la clásica "torre de marfil" reprochada a cuantos se erizan al contacto de los obtusos. Diríase que de ellos dejó escrita una eterna imagen Teresa de Ávila: "Gusanos de seda somos, gusanillos que hilamos la seda de nuestras vidas y en el capullito de la seda nos encerramos para que el gusano muera y del capullo salga volando la mariposa". Todo idealismo es exagerado, necesita serlo. Y debe ser cálido su idioma, como si desbordara la personalidad sobre lo impersonal; el pensamiento sin calor es muerte, frío, carece de estilo, no tiene firma.
Jamás fueron tibios los genios y los héroes. Para crear una partícula de Verdad, de Virtud o de Belleza, se requiere un esfuerzo original y violento contra alguna rutina o prejuicio; como para dar una lección de dignidad hay que desgoznar algún servilismo. Todo ideal es, instintivamente, extremo; debe serlo a sabiendas, si es menester, pues pronto se rebaja al refractarse en la mediocridad de los más. Frente a los hipócritas que usurpan poderes civiles y mienten con viles objetivos, la exageración de los idealistas es, apenas, una verdad apasionada. La pasión es su atributo necesario, aun cuando parezca desviar de la verdad; lleva a la hipérbole, al error mismo; a la mentira nunca. Ningún ideal es falso para quien lo profesa: lo cree verdadero y coopera a su advenimiento, con fe, con desinterés. El sabio busca la Verdad por buscarla y goza arrancando a la naturaleza secretos para él inútiles o peligrosos. Y el artista busca también la suya, porque la Belleza es una verdad animada por la imaginación, más que por la experiencia. Y el moralista la persigue en el Bien, que es una recta lealtad de la conducta para consigo mismo y para con los demás. Tener un ideal es servir a su propia Verdad Siempre. Algunos ideales se revelan como pasión combativa y otros como pertinaz obsesión; de igual manera distínguense dos tipos de idealistas, según predomine en ellos el corazón o el cerebro. El idealismo sentimental es romántico: la imaginación no es inhibida por la crítica y los ideales viven de sentimiento. En el idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y la crítica coordina la imaginación: los ideales tórnanse reflexivos y serenos. Corresponde el uno a la juventud y el otro a la madurez. El primero es adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence.
El idealista perfecto sería romántico a los veinte años y estoico a los cincuenta; es tan anormal el estoicismo en la juventud como el romanticismo en la edad madura. Lo que al principio enciende su pasión, debe cristalizarse después en suprema dignidad: ésa es la lógica de su temperamento. Sin embargo lo que si hay es mucha mediocridad. La mediocridad puede definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Ésta ofrece a todos un mismo fardo de rutinas, prejuicios y domesticidades; basta reunir cien hombres para que ellos coincidan en lo impersonal: "Juntad mil genios en un Concilio y tendréis el alma de un mediocre". Esas palabras denuncian lo que en cada hombre no pertenece a él mismo y que, al sumarse muchos, se revela por el bajo nivel de las opiniones colectivas.El régimén actual, la monarquía cainista, ha conseguido una vez más, a través de sus ladrones politicos, que los españoles sean mediocres y que todo destello de genialidad sea enterrado en el desprecio. El régimen es miedoso,cobarde y hurtador, teme por su continuidad, pues sabe que se ha llevado mucho y no ha ofrecido nada. Qué se puede esperar de un monarca que dice:"El recuerdo de Franco constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad ...". Seguid votando, idealistas.
J.I.
"El sentido común es la cosa mejor repartida del mundo
porque todo el mundo cree poseerlo en cantidad suficiente." René Descartes.

LIBERTAD

-La filosofia de la libertad esta basada en la propiedad de uno mismo, esta simple pero elegante y contundente animacion la explicara exactamente. Esta es una gran herramienta que cualquiera puede usar para educar niños y adultos acerca del derecho a la vida, libertad y la capacidad de crear - y nuestra responsabilidad para pensar, hablar y actuar. La version en DVD de este video puede ser descargada gratis en: www.philosophyofliberty.blogspot.com CRÉDITOS AUTOR: Ken Schoolland schoolak001@hawaii.rr.com PRODUCTOR: Kerry Pearson (aka Lux Lucre) MÚSICA: Music2Hues www.music2hues.com WEBSITE: www.jonathangullible.com AYUDA: The Jonathan Gullible fund www.isil.org/tools/jonathan-gullible.html COPYRIGHT: www.creativecommons.org/licenses/by-nd-nc/1.0/ *

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s2t2 -Mitología egipcia

Mitología egipcia

De Wikipedia, la enciclopedia libre

La mitología egipcia es el nombre del conjunto de creencias sustentadas por los pobladores del antiguo Egipto, anteriores a la llegada del cristianismo. Sus prácticas fueron prohibidas en tiempos de Justiniano I, en el año 535.

El lapso de su desarrollo es de unos 3000 años, variando estas creencias a través del tiempo, por lo tanto, un artículo o incluso un libro, no puede hacer más que resumir la multitud de entidades y temas de este sistema complejo de creencias. La iconografía egipcia es muy diferente de la griega o romana: en la mitología egipcia muchas deidades son representadas con cuerpo humano y cabeza de animal.

Maat representada como una divinidad.
Maat representada como una divinidad.

Introducción [editar]

Las ideas religiosas de los antiguos egipcios tienen dos fases:

  • Durante la época predinástica, divinizaron aquellos fenómenos naturales que les desconcertaban, o infundían temor, de los que no conocían la razón de su proceder; asociaron estas divinidades con las características de ciertos animales, y los representaron con forma humana aunque conservando rasgos zoomorfos: el halcón en el dios Horus, "el elevado", dios del cielo; el perro egipcio, o chacal del desierto, "el guardián de las necrópolis", se convierte en un dios protector, Anubis; el cocodrilo del Nilo, un peligro constante, en un dios temido, venerado en la región de El Fayum, etc. Además les atribuyeron conceptos humanos, como la relación familiar, por lo que se formaron tríadas compuestas por un dios, su esposa y su hijo, y también pasiones humanas por lo que se les rendía culto dando ofrendas en los templos a cambio de favores solicitados, o recibidos.
  • A pesar de la agrupación de los pueblos egipcios en las "Dos Tierras": el Alto y Bajo Egipto, cada uno de los nomos (provincias) mantuvo sus deidades protectoras, lo que significaba la veneración a decenas de dioses, que adquirían mayor o menor relevancia según la que tuviese cada ciudad: Heliópolis adoraba a Ra, Tebas a Amón, Menfis a Ptah y Hator, etc.

Los sacerdotes de los templos principales comenzaron a organizar esta multitud de dioses y a explicar sus relaciones, la creación del mundo, las crecidas del Nilo, etc., ideando y sistematizando las creencias en las denominadas teología Heliopolitana, Tebana, etc., reflejadas en los Textos de las Pirámides, el Libro de los Muertos, a los que siguió la redacción de otros similares.

Su visión está basada en su propio país, tierra fértil junto a un río y con un desierto alrededor. Por lo tanto el mundo para ellos se dividía en tres regiones:

  • El Cielo, Nun, morada de los dioses, cuya diosa celeste Nut, "La grande que parió a los dioses", era representada como una mujer con el cuerpo arqueado cubriendo toda la Tierra.
  • La Tierra, morada de los hombres, la Casa de Geb, el dios creador, representado como un hombre tumbado bajo Nut.
  • El inframundo, o Duat, el reino de los muertos, donde reinaba Horus, espacio recorrido en su barca solar por Ra, durante la noche, y por donde transitaban los espíritus de los difuntos sorteando los peligros del Más Allá.

Los dioses [editar]

Las principales divinidades estaban organizadas en cinco grupos diferentes:

  • La Enéada de Heliópolis “Las almas de Thot”: Atum, Shu, Tefnut, Nut, Geb, Isis, Osiris, Neftis y Seth; cuyo dios principal es Atum.
  • La Ogdóada de Hermópolis: Num, Nunet, Heh, Hehet, Kek, Keket, Amón y Amonet; de donde surgió el dios Ra.
  • La tríada de Elefantina: Jnum-Satis-Anuket (donde Jnum es el dios primordial).
  • La tríada de Tebas: Amón-Mut-Jonsu (donde el dios principal es Amón).
  • La tríada de Menfis: Ptah-Sejmet-Nefertum (donde Ptah era el dios principal; es inusual el hecho de que los dioses no estaban relacionados antes de que ésta fuera formalizada).
Amón, en Karnak.
Amón, en Karnak.

Mientras los líderes de los diversos grupos ganaban y perdían influencia, las creencias dominantes se transformaban, combinaban y sincretizaban. Ra y Atum se convirtieron en Atum-Ra, con las características de Ra como dominantes, y posteriormente Ra fue asimilado a su vez por Horus, como Ra-Horajti. Después de que Ptah se convirtiera en Ptah-Seker, fue asimilado por Osiris, convirtiéndose en Ptah-Seker-Osiris.

Con las diosas sucedió lo mismo: Hathor asimiló inicialmente las características de otras diosas, pero en última instancia fue asimilada con Isis. Los dioses maléficos fueron amalgamados de la misma forma, como Seth, quien originalmente era un héroe, asimiló todos las características de los dioses malvados, al cual condenaron posteriormente por haber sido elegido como dios protector de los gobernantes hicsos.

Durante la época de influencia helénica sobre Egipto, lo que perduró con más vigor fue la triada: Osiris, Isis, y Horus; y su enemigo Seth, tal como se ejemplifica en la "Leyenda de Osiris e Isis". La triada había asimilado muchos de los cultos y deidades anteriores, y cada dios era adorado en su preferente lugar de veneración: Osiris en Abidos, Isis en Dendera, y Horus en Edfu. Incluso en esta etapa, continuaba la fusión, con Osiris como un aspecto de Horus (y viceversa), dirigiéndose paulatinamente hacia el monoteísmo. Sin embargo, el monoteísmo, o henoteísmo, había surgido con anterioridad, fugazmente, en el siglo XIV adC, cuando Ajenatón había intentado priorizar el culto de Atón, en la forma de disco solar, aunque fue violentamente rechazado posteriormente por el clero y el pueblo egipcio.

Según el Canon Real de Turín, varios dioses gobernaron Egipto: Ptah, Ra, Shu, Geb, Osiris, Seth, Thot, Maat y Horus; cada cual durante inmensos periodos de tiempo, después reinaron los Shemsu Hor durante 13.420 años, antes de surgir la primera dinastía de faraones. Así, los predecesores de Menes ocuparon el trono egipcio durante 36.620 años.

Principales divinidades egipcias:

Vida después de la muerte [editar]

La creencia inicial en la inmortalidad de dioses y faraones, posteriormente extendida al resto de los egipcios, significó que se practicara el embalsamamiento y la momificación, para poder preservar la integridad del individuo en la vida futura, según los textos de la mitología egipcia.

El espíritu humano [editar]

Los antiguos egipcios consideraban que el espíritu humano estaba conformado por el Ba, el Ka y el Aj.

Los egipcios creían que el espíritu de los difuntos era conducido por Anubis hacia el lugar del juicio, en la "sala de las dos verdades", y el corazón del muerto, que era el símbolo de la moralidad del difunto, se pesaba, en una balanza, contra una pluma que representaba el Maat, el concepto de verdad, armonía y orden universal. Si el resultado era favorable, el difunto es llevado ante Osiris en Aaru, sin embargo, Ammit, "el devorador de corazones", que se representaba como un ser mezcla de cocodrilo, león e hipopótamo, destruía aquellos corazones cuya sentencia resultaba negativa, impidiendo su inmortalidad.

Las palabras justas [editar]

El Libro de los Muertos era una serie de 190 fórmulas mágicas, adaptadas a las circunstancias particulares de cada individuo, las cuales eran depositadas junto al difunto, o grabadas en los muros de la tumba para facilitar su viaje por la Duat; también contenía las palabras adecuadas a utilizar en su juicio: las palabras justas. Uno de los mejores ejemplos del Libro de los Muertos es el Papiro de Ani, creado alrededor de 1240 adC, que además de textos contiene muchas imágenes de Ani y de su esposa en su viaje a través del mundo de los muertos.

El período monoteísta [editar]

Ajenatón y su familia venerando a Atón, en Ajetatón (Amarna)
Ajenatón y su familia venerando a Atón, en Ajetatón (Amarna)

Un intervalo corto del monoteísmo (Atonismo) ocurrió bajo el reinado de Ajenatón (Akhenatón), enfocado en la deidad egipcia del sol, Atón. Ajenatón proscribió la veneración de otros dioses y construyó una nueva capital, Ajetatón (Amarna), alrededor del templo para Atón.

El cambio religioso perduró solamente hasta la muerte de Tutanjamón (Tutankamón), el hijo de Ajenatón y de una esposa secundaria. Por ser este cambio muy impopular fue rápidamente proscrito. De hecho, el borrado de los nombres de Ajenatón y Tutanjatón de los muros y de las listas reales se relaciona con este radical cambio religioso.

Después de la caída del faraón de Amarna, el panteón egipcio original perduró como fe dominante, hasta la imposición del cristianismo copto y, posteriormente, del islam, aunque los egipcios continuaron teniendo relaciones con otras culturas monoteístas, como los hebreos. Asombrosamente, el pueblo egipcio apenas opuso resistencia a la difusión del cristianismo, explicado en ocasiones afirmando que Jesús, originalmente, era un sincretismo vinculado principalmente a Horus, con Isis representando a la Virgen María.

Henoteísmo [editar]

Algunos egiptólogos consideran este culto más próximo al henoteísmo; otros eruditos, sobre todo aquellos con tendencias religiosas judeocristianas, opinan que es incorrecto ver este período como monoteísta, e indican que los egipcios no adoraba a Atón, sino a la familia real como parte del panteón de los dioses, quienes recibirían su energía divina de Atón. Una controvertida teoría alternativa reciente, propuesta por Ahmed Osman, como resultado de la interpretación de elementos referentes a historia bíblica y egipcia, propone que Moisés y Ajenatón eran la misma persona.

Influencias externas [editar]

Egipto mantuvo relaciones con los habitantes de Nubia, Libia y Canaán, los pueblos fronterizos, comerciales o bélicas en diversos periodos. También fue influenciado por los gobernantes griegos ptolemaicos, que reinaron en Egipto durante 300 años. Egipto finalmente fue incorporado en el Imperio Romano, gobernado inicialmente por Roma y posteriormente desde Constantinopla, hasta la conquista árabe.

Periodo hicso: dinastía XV y dinastía XVI [editar]

Tras el derrumbe del Imperio Antiguo comienza el denominado primer periodo intermedio de Egipto. Durante esta época, en el delta del Nilo surgen los gobernantes hicsos (inmigrantes asiáticos), que dominan Egipto personalmente, o mediante mandatarios vasallos (dinastía XV y dinastía XVI). Es el auge del dios Seth, posteriormente denostado tras la expulsión de los hicsos.

Periodo libio: dinastía XXII a dinastía XXV [editar]

Egipto tuvo durante mucho tiempo lazos con Libia. Después de la muerte de Ramsés XI, el sumo sacerdote de Amón Herihor tomo el control de Egipto hasta que fueron reemplazados (sin signos de lucha evidente) por los reyes libios de la dinastía XXII. El primer rey de la nueva dinastía, Sheshonq I, sirvió como general bajo los mandatarios de la dinastía XXI. Se sabe que él designó a su propio hijo para ser el sumo sacerdote de Amón, una ocupación que previamente era un cargo hereditario. Los escasos escritos de este período sugieren que fue un evento sin resolver.

Serapis. Louvre.
Serapis. Louvre.

Periodo Ptolemaico (304 a 30 adC) [editar]

Comenzó con Ptolomeo I Sóter y término con Cleopatra VII. Ptolomeo I Sóter "salvador", fundó la dinastía Ptolemaica, la cual gobernaría Egipto unos 300 años. Los ptolomeos promovieron el culto a Serapis, deidad sicrética de Osiris y Apis. Varios reyes ptolemaicos adoptaron la costumbre egipcia de desposarse con sus hermanas, y muchos gobernaron conjuntamente con sus esposas. El último de los Ptolomeos, la famosa Cleopatra, fue una de las escasas reinas que gobernaría en Egipto.

Periodo Romano (30 adC a 639 ddC) [editar]

Egipto fue incorporado al Imperio Romano y gobernado, primero, desde Roma y posteriormente desde Constantinopla (hasta la conquista árabe). El acontecimiento más revolucionario de la historia del Egipto Romano fue la introducción del cristianismo en el siglo II. Al principio fue perseguido vigorosamente por las autoridades romanas, que temieron la discordia religiosa más que cualquier otra cosa, en un país donde la religión había sido siempre suprema. Pero rápidamente ganó adherentes entre los judíos de Alejandría. De estos, pasó rápidamente hacia los griegos, y posteriormente a los egipcios nativos, quienes encontraron satisfactorias sus promesas de salvación personal y sus enseñanzas sobre igualdad social.

Templos [editar]

Templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari
Templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari

Muchos templos aun permanecen en pie, otros están en ruinas por erosión y vandalismo; bastantes han desaparecido, desgraciadamente, al ser utilizados como cantera de materiales para otras construcciones. El faraón Ramsés II fue un gran promotor, restaurador y, por desgracia, también usurpador de templos de faraones precedentes.

Los templos más importantes están en los actuales emplazamientos:

Bibliografía [editar]

  • Budge, E. A. Wallis: El libro egipcio de los muertos. Málaga: Editorial Sirio, 2007. ISBN 8478085327
  • Hornung, Erik: El uno y los múltiples. Concepciones egipcias de la divinidad. Madrid: Trotta, 1999. ISBN 8481642428.
  • Lara Peinado, Federico: Libro de los Muertos [1989]. Madrid: Tecnos, 4ª edición, 2005. ISBN 8430943439.
  • Naydler, Jeremy: El templo del cosmos. Madrid: Siruela, 2003. ISBN 8478447261.